miércoles, 5 de octubre de 2016

Un hombre normal.

Metro noventa y cien kilos de hombre muerto. "Era una buena persona" Dijeron las vecinas con esa vocación de tertulianas de telecinco que tienen todas las marujas en las crónica de sucesos "Una persona normal". Apunto otra regalando el titular al becario que firmo la reseña por seis euros cincuenta. "Esta vida de mierda, nos hace seres atormentados". Concluyó el argentino del Tercero C.
Y quizás los tres tuvieran algo de razón: buena persona, un ser normal, un tormento que corre por dentro sin escucharse fuera y la mala suerte de tener una pistola a mano. Un odio simple que empieza en lo trivial y entra en barrena. Una fijación. La búsqueda de un culpable a todas sus frustraciones y la mala hora de encontrarlo en su jefe, el abogado.
El abogado Martínez no es que fuera malo, era simplemente un gilipollas que soñaba con ser alguien a fuerza de poner en práctica los libros de Sun Tzu. Durante diez años, nuestro amigo le sirvió de estera donde sacudirse sus zapatos y su mediocridad. Y una buena mañana se encontró con una onza de plomo en el cerebro, justo diez minutos antes de que aquel hombretón se regalara otra a sí mismo.
A Martinez se lo llevaron enseguida los de la morgue. A nuestro amigo lo dejaron un buen rato en la calle. Mientras llegaron los de la prensa, mientras reanimaron a la jueza de instrucción que sufrió una indisposición al ver a su primer muerto, al final quedó la calle vacía. Los vecinos se preocuparon mucho, la verdad, bueno se preocuparon mucho por  preguntar a una locutora que estaba bien buena a qué hora iban a echar esa noche el recorte en el noticiario.

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