miércoles, 14 de septiembre de 2016

Repasando el libro de pedidos.

Ella llegó a la ciudad antigua dos meses después de separarse. Dejo la maleta bajo la mesa, la tablet a cargar y el cerebro en punto muerto. Pidió una jarra de cerveza fría y se puso a repasar las últimas hojas de pedidos por si faltaba algún dato para darles curso definitivo.
Primero leyó la hoja en la que pedía desayunar los domingos desnuda, tan solo con el pijama de él aun dormido y que al despertar apareciera de puntillas y le diera un beso en la nuca mientras ella fingía no darse cuenta. Era un pedido en blanco, nunca cumplido; y sin posibilidad de recuperarlo así que lo selló como “Devuelto”.
La siguiente hoja de pedido era la cuenta de viajes, consistente en pasear por los jardines de Boboli camino a la Plaza Michelangelo y darse besos a deshora contemplando el Arno. Le puso un sello de “Pagado”. Pero recordó la bronca que tuvieron porque ella se había olvidado la tarjeta del hotel. Por eso, lo tuvo que añadir a la carpeta de malgastados.
El último pedido que le quedaba por sellar era olvidarlo, olvidarlo para siempre; olvidar las tardes primeras, los amores en el piso nuevo, los poemas escritos en el cristal. Echó unas lágrimas, terminó la jarra y le puso la estampilla de “Pendiente”.